sábado, 10 de diciembre de 2011

Las niñas que comían cerezas para espantar la muerte

Autor: Pastor de Moya

Las niñas que comían cerezas para espantar la muerte
*Fragmento del libro Buffet para Caníbales (Editorial Isla Negra, 2002)*
        
“Sepulto a los muertos en mi vientre”
─Arthur Rimbaud

Querido Mario:
De seguro ya te habrás enterado por los diarios de lo sucedido en casa. A veces, hay acontecimientos tan extraños. Yo no dejo de preguntarme por qué debe pasarme esto a mí. Ayer vinieron unos hombres y revisaron todo, dejaron mi habitación hecha un pulguero. Buscaban por todos lados y leían cada papel escrito, hasta los de la basura. Luego me enteré por los periódicos lo que buscaba: la carta que había dejado mi sobrina mayor. La hallaron debajo del colchón, fresquecita todavía, con un olor a sumo de cerezas y a tintan de lapicero Paper Mate como una lechuga recién cortada y muy llovida. Han pasado 10 días de esta increíble tragedia y aún estoy nerviosa, asustada. Quizás sea esto lo que me haya retrasado la menstruación, tú también sabes que mi ciclo es normal. No quisiera pensar en esto ahora. Este tormento acelera mi sangre, siento peces o pirañas que naden veloces y en bandadas por mis venas, y lo peor es que no los puedo detener. Mis piernas tiemblan. Quisiera que las leas la carta, te la he fotocopiado; así podrás comprender mejor lo que le digo... “La llegada de Aslyn mi amiga más buena e íntima fue un viernes 28 de noviembre del 1998, una tarde faltando 10 minutos para las 2:00 fue una experiencia y sorpresa inolvidable porque nunca me había pasado algo igual era una etapa nueva que tenía que superar, esperé que mi tía llegará de la Universidad porque no tenía a nadie en quien confiar, la única en que yo confiaba era en ella, porque yo sabía que ella no me iba a defraudar como las demás personas que estaban a mi alrededor, hasta que un martes 25 de enero del 1999 se lo confié a mi hermana de 13 años que era que merecía saberlo, hasta que ella le llegó su amiga Yarcisy el 28 de enero de 1999 y se lo confesó a nuestro padre lo que le llegó y lo que me llegó a mí y nadie más sabe nada de esto” Periódico: El Nuevo Diario 12 de Marzo de 1999 Se me olvidaba decirte que tuve que ir al lugar donde las encontraron. No quería ir, pero me lo exigieron las autoridades. Yo era quien debía identificarlas, pues conmigo era que vivían. Yo las vi crecer. Nunca llegué a imaginarme que los cuerpos de dos angelitos pudieran heder tanto. La verdad es que nosotros los seres humanos somos nada: puros vanidosos y acumuladores de cosa fútiles. Inutilidades. Inutilidades.


Mario, hay cuerpos que cuando uno los mira parecen muy estáticos. Promontorios azules como dos pompas de jabón que quieren estallar. Ahí estaban las niñas, tiradas en el fétido paisaje. Me ardían los ojos. Ellas eran parte de la misma tierra. En ese lugar, también, habían ríos, pero muertos o secos. Sus vientres estaban sembrados de árboles, con sus ojitos llenos de peces. Los peces eran blancos, con una escama brillante y espumosa. El ambiente hedía más que ellas. Te lo juro. {Yo lo olía y lo sentía}. Podrido no solamente estaban los cuerpos de las niñas. De las bocas de los hombres, que me acompañaban, brotaban palabras impotentes y manidas. Las mocas, al igual que yo, se enloquecieron: zumbaban y volaban en infinitos círculos de sombras. Por momentos se detenían en el aire, como queriendo congelarse. Luego, no se movían. Si por lo menos tú no estuvieras tan lejos. Sé que me darías una mano en estos instantes. Tal vez yo tenga la culpa de que tu no estés aquí. Quizás no debí ser tan egoísta. Ahora es que comprendo que debí manejar lo de los dos. Pero cuando una tiene cierta posición, cierto status social… y la gente diciendo por ahí que tú eras un vago, un pintorcito… cuando una tiene todavía fuerzas en la matriz, una se cree que puede zarandear el mundo. Y no es así, en estas horas es que me doy cuenta de lo duro que es estar sola. Me siento vencida, oxidada. No es que me arrepienta de haberme quedado con las niñas después que aconteció la muerte de mi hermana.  Pero es que ese día en el hospital… todo el mundo llorando y yo mirando aquel pedacito de carne, en la sala de recién nacidos, tan blanco y frío como un cubito de hielo; sentí que no podía desampararla. Que era obligación mía quedarme también con esta. Tú bien sabes que mi hermana tenía una vida muy desordenada y yo ya me había hecho cargo de la mayor, de Rosmery. ¿Te recuerdas? Pero cuando nació Ariadna ya tú te habías marchado, a esta sí que no la conociste. Ariadna nació igual que la otra: albina. Los médicos dijeron que era un error en la sangre. Yo no me explico porqué mi hermana siempre andaba saliendo con hombres de color. O mejor dicho con cualquiera, aunque le gustaban los negros. ¡Qué Dios la haya perdonado! Te imaginas, estas niñas tuvieron que crecer con todo blanco, hasta los pelitos de sus pubis eran blancos. Debe ser monótono y horizontal eso, pasarse una vida entera con tanto pelo blanco sobre una piel tan blanca. Rosmery y Ariadna no eran como las otras niñas que le gusta vestirse con ropas nuevas para asistir a alguna fiestecita de adolescentes; por el contrario, se bañaban y perfumaban {hasta se maquillaban} como si fueran para un espectáculo de circo o algún baile y se sentaban en un banco que había debajo de unos cerezos al fondo del patio. Disfrutaban tanto que las veía sonreír por largo rato sin cerrar los labios. Se habían acostumbrado a esos árboles, podría decirse que eran parte de ellos, como sus ramas o sus flores. Jugaban a celebrarles cumpleaños y les hacían regalos.

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