martes, 27 de noviembre de 2007

“De esta travesía no se ha escrito: 1987”

“Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.”
-Jorge Luis Borges-
Sufriré de estar sin mis zapatos viejos. Destellados y completos mis pies andantes se convertirán en transporte privado de lo que resta de mis muslos y de mis ropas. Sangran mis dedos y se hacen concretos ante la travesía por venir. Desde el profundo monte adentro hasta el límite circunstancial del entorno urbano y agresivo iré. En mi mochila llevo verduras, un paquete de cigarrillos a medias, tres limones, y un suministro de lo que quedó de agua purificada de manantial. En mi abrigo hay dos bolsillos internos como para guardar los delitos de quien lo posea. Cargo secretamente una confesión que tal vez no se encuentre jamás, todo depende de mis amigos marinos y de orilla. De seguro sirvamos como alimento para unos cuantos días, yo y mi recién firmada carta, dedicada al primer roedor que respire horas enteras bajo las rocas que sostienen este antiguo faro, que antes solía alumbrar la costa de la isla. Llevo semestres planeando mi partida de este lugar agotador y caluroso, parece ser que el Xab de Dios hizo una coladera eterna en esta tierra, el agua, la corriente y la misma lluvia que se escurre por los techos se pulveriza en solo segundos.
          Hace tanto calor, las aves se han ido de aquí, las que fueron rápidas en su partida. Triste es el caso de los animales y pajaritos más perezosos, diariamente suelen caer por montones los canarios que no alcanzaron vuelo prematuro, y se ven reventando como bombas encima de los niños y de sus enclenques padres. Ayer el bombardeo no intencionado llegó a un punto tristemente exagerado. Uno de los pájaros más grandes que había podido soñar ver en mi corta vida, no sabría decir cual, cayó derechito en el vientre de una muchacha. El pájaro rompió con todo lo que su pico pesado como granizo le permitió, parecía que la pobre mujer había sido victima de una cesárea fallida. El lugar de los hechos no fue una sala de partos, sucedió en medio de la calle, al sol de medio día, frente a la barbería “Los muchachos”, quedó tendida allí, con mitad de la barriga abierta y regada por la acera, y la otra mitad completamente manchada por aquel volador sin alas debido a la asfixie. Así de malas están las cosas aquí. Por eso, yo me largo, antes de que sude los ojos y desaparezca.
        Todos estamos flacos y sin fuerzas, la calor húmeda se ha llevado consigo a tantos amigos que para cuando cumpla mis veintiuno, no va a quedar alma que me acompañé a celebrar. Hace poco perdí a mi hermanito Agustín, tan delgado y pequeño como una colilla de cigarrillo sin filtro. A diario las personas atentaban inconscientemente contra su vida, sucedía cada vez que daban un paso sin mirar al suelo. Así fue como un día el alcalde del pueblo, por prisa o por descuido, lo aplastó, quedó hecho sopa entre los hoyos y la brea sucia de la calle. Qué se puede esperar, aquí ninguno mide más de cuatro pies. Son inevitables las teorías y leyendas que popularmente se han formulado muchos a través de los años sobre el por qué de nuestro tamaño. Muchos, como yo, piensan que la alta temperatura afectó el ciclo de vida desde la barriga de nuestras madres, y, se presta para suponer que la esperma que debía fecundar el óvulo, como ocurre por naturaleza, nunca tocó terreno fértil para su segregación sin medida.
Como si fuera poco, las palabras dejaron de tener significado certero. Los centros educativos cerraron sus filas contra el supuesto pesimismo histórico. Las familias andaban mundializadas y custodiadas, con las manos en los bolsillos y en total estado de descomposición. Las imágenes frecuentes sobre el color y la economía vestían los pies empalmados entre la vigilancia de discurso y el retrete de llantos, que de madrugada, alcanzaba oír en mi habitación cada vez que trataba de cerrar los ojos para dormir. No quería ser un ermitaño pero no había otra solución. Hasta el menú de los restaurantes de comida había sido modificado y con ellos nuestro paladar, ahora perros, gatos y lagartos sustituían de manera cruel el gusto de las personas, convirtiendo a éstos en los platos principales. Los nombres de restaurantes celebraban la especialidad de la casa: “La colita del perro de Andrés”, “Los testículos de Garfield”, “Lagartijos y algo más…”, eran los preferidos.
        Todo se nos hizo complejo, no se si para fortalecer o arrugar nuestro diminuto corazón, aún así, de vez en cuando dejábamos que la sal y el limón se escurriera por nuestras gargantas junto con el ron viejo, la resaca se convertía en huésped tullida de la sangre. Quisiera poder decir que no hay lugar exento de tanto desatino de paz, de tanta malicia sin gracia, pero no es así. Ese pedazo de lejanía sí es alcanzable. Como dije antes, voy a dejar todo sin pedir disculpas ni al mismísimo cura del pueblo, me largo, y se escribe anónimamente ante mi un final descendente, empinado y rocoso. Al viento que me acompaña y al pececillo aquél, próximo vecino mío, les digo, hola.