viernes, 16 de diciembre de 2011

Primera ojeada al libro: Cosmos Burlesco de Miguel Pruné

*Fragmento del libro*
 *Cuento Completo*
Cosmos Burlesco 
{Sobre el Apocalipsis & los Protocolos del Caos}


 Pistas sobre el relato original y la virazón de los valores
“Karma karma karma karma karma chameleon,
you come and go, you come and go.”
{Culture Club}

“De dónde salió ese sonido, no veo el agua en el medio de la copa y en el medio de tus ligamentos sólo encuentro desolación”. Despertando; respiro íntimamente y mis ojos luchan para adaptarse a los detalles del cuarto y a su limpieza cuasi burgués; su eficiencia demostrada en formas geométricas que podemos entender; una colectividad de modelos que se adecuan o son adecuados por el uniforme pensamiento occidental en esta compacta alcoba de andamiaje: una habitación módica. Default. Todo emerge de las paredes, los armarios, la cama, el lavamanos, los espejos. ¡Terror!. . .por los ‘global networks’ [nexos de verdad] se anunciase que el espacio se agota, en dicho caso lo propio  y necesario sería aprovechar cada milímetro de este. Esta sequía espacial aborda los muros desde donde sacas una peinilla, una toalla y un pote de jabón líquido. ¿Pero quién elaboró los espacios y las normas? 
“The world is shrinking; the blank edges of the map filled in.”
{Lord Cutler Beckett}

Concerniente a la Peste y otros menesteres
La fiscalización madrugadora del cuarto continúa. Caminas hacia las cortinas que encubren una puerta corrediza de cristal. Descubres un balcón rectangular, diminutísimo, como una caja de pollo frito con papas de los chinos. Accedes al mecanismo digital de la puerta y logras abrirla.  Una ventolera caliente con tufo de humazo, dióxido de carbono y grasa de los kioscos te refresca la nariz, la cara, el torso. Edificios y carreteras al frente, detrás, arriba y entremedio como un cementerio de instintos, encajonados, aplastados a subsistir adaptándose a las fluctuaciones del Logo. Cerca del balcón hay un pitirre rojo neón que alumbra tu rostro y las cortinas, invitando jovialmente a cualquiera que necesite un cuarto por algunas horas. Qué peculiares se ven las personas a esta altura, transitando la polis de arriba a abajo. Se mueven guiados por apetitos, ambiciones, miedos, afanes, dudas, gozos, sospechas y a veces nada, sólo el tedio, pero se mueven en fin. 
“President Joe once had a dream.
The world held his hand, gave their pledge
so he told them his scheme for a Saviour Machine.” 
{David Bowie}
El octavo piso del motel El Pitirre Feliz, en la Avenida Prosaica 1007. Desde el reputado piso 8 fue que se lanzó. . .o fue lanzada aquella reportera, que por no ser disimulada con los mecanismos de la peste, brindó una primera plana a sus expensas. Es el amanecer, el amanecer lleno de extrañezas, de probabilidades y posibilidades; del cómo funcionarán los procedimientos a los cuales me enfrentaré y me enfrento. En 45 minutos tendré que irme de aquí, salir de la habitación y encontrar a los contactos de JoJo en el lobby. Repites la secuencia de caracteres, esas que debes pronunciar al micrófono del banco. El código ya está adherido. Karma Chameleon. Pones a hervir agua en la tetera azul turquesa, sacas el paquete de oolong que trajeron las simpáticas chicas de ayer. Separas el compartimiento de la ducha y abres la tubería del agua fría que se vierte sobre tu cráneo para interrumpir los pensamientos. Que el cosmos y las estructuras que hacemos de este {=?}, sean únicamente agua templada y nada más. El cuerpo se acostumbra, se reanuda el proceso de pensar… recuerdos de gruñones y caras  y cometas  y detonaciones de promesas se hacen ecos demasiado arrastrados detrás de los párpados; donde nadie los puede ver, donde nadie los quiere ver, hacer parte de su experiencia, moviéndose en tus sesos, en tus significados. 
"I want every young person to hear about business and enterprise in school; every teacher to be able to communicate the virtues and potential of business and enterprise; and I want every community to see business leaders as role models"  
{Gordon Brown}

Dios-Deber-Lógica
Dios-Deber-Lógica. Pero esos caracteres se transforman en conceptos tan amplios que fallan en comunicar y se desboronan. Enjabonas las axilas, el pecho con espuma, el cuello medio sosegado, hinchado por un golpetazo bien dao’.  Larga historia: mis residuos y yo, todo fue para obtener 2 uniformes de Epitome Revelations, una entidad corporativa militar, o sea, el espíritu santo a jornal. Tienen contratos con las corporaciones más influyentes, con los gobiernos y jefaturas regionales. Su plataforma de operaciones más amplia se encuentra aquí, cerca de Boru City. Se dice que son el alfa y el omega. Entran a los territorios de los irracionales, de los piratas, de los habiru, de l@s barbar@s, de los taka, de los pueblos del mar, de los cheches entre numerosas otras poblaciones peligrosas. . .y los pacifican o al menos a eso se acometen. En fin: ellos son habilidad imparcial de la industria. Un servicio necesario, aséptico despliegue de equipo y recursos no-humanoides y humanoides a diferentes escalas. Macro. Micro. Intra. Extra.
 Ambicionamos infiltrar su inteligencia, sus bases de datos, sus aparatos de custodiar y husmear; para nuestros sacros fines apestosos. Como fantasmas o síntomas o idiotas resistimos con migajas de pan, bits, sangre e intuición. Estimulamos la beligerancia contra las maneras de cómo debemos vivir, la ofensiva contra las autoridades que manufacturan y legislan y analizan los problemas y prometen a cánticos de iglesia del capital, soluciones coherentes en el sistema. Pero, el glitch no olvida. 
“Recordaba cuando la capital no apestaba, cuando la gente se saludaba y reía. Pero eso se fue perdiendo. La solidaridad, la tolerancia, el respeto.  Este vacío, este monumental vacío de valores, donde a los chiquitines no se les enseña lo correcto de lo no correcto correctamente. Y se genera un ambiente de intolerancia, hostilidad, violencia, e indiferencia, en fin. . .terrible irracionalidad.”   
{Rev. Arturo Dotson}

Reclamándole al fogón
Pero, esta metrópoli siempre apestó. De distintas maneras. La peste tiene una cualidad shape shifter. Muta entre traducciones de la realidad.  Nadie la advierte, o cómo funciona a través de la lengua de Advaita. Debemos cuidarnos de esa tentación a deificar el pasado, mala costumbre de los afluentes ciudadanos, o de los que se quejan del calor pero nunca le reclaman al fogón, como decía Cheito, la rimbombancia bienaventurada de amapolas por excelencia. Con gare en boca, buscando un lighter en su bolsillo de camisa con la mano derecha, mientras iba vertiendo, en potes de salchicha vacías, onzas de buen ron excitado en ciruelas con la mano izquierda. Nos contaba cómo en su vida de lamedor topográfico advertía patrones en el mundo etéreo de lo social; ciclos entre lo concreto y lo gaseoso. Y cómo las sociedades buscaban justificar, ordenar, regular, legitimizar su moral, su néctar de día a día con su acomodo razonable.
“Le Papillon dejó de ser bastión, lo sabemos unos pocos. Ya nos han picado las leyes naturales internacionales del comercio, los tratados magnos de cabotaje, las sanciones, la guerra, la sed. ‘Laissez faire mon amour’. Y a qué nos llevó esto, a ser unos seres aritmetizantes como el BORU el Bad fu fu y sus aldeas y cosmopolitas.”
{Sigmund Koffa}
“Dibujaba y a la vez me dibujaban”, indicaba, Cheito, “o me borraban; me hacían tachones, se vertía pintura y tinta en mis orificios, en mi torso, y me hacían real; desde pequeño podía captar la cognición y me zambullía en los performances, en los rituales establecidos y bendecidos que mis contemporáneos le asignan a las cosas. Como fundan edificaciones, puentes, autopistas, templos, castillos, bibliotecas, armarios, y la parte debajo de los sofá, en fin, todos los mecanismos entre puertos ¡y como distinguimos entre las calcomanías! Para funcionar deben usar sus palabras, sino. . .pues, no hablemos de eso ahora. ¡Beban amigos, beban!”.
La tetera silba como un policía haciendo una ofensiva táctica a las comunidades periféricas, y uno corriendo que si para conseguir cosa rica y cosa buena, en el medio de la guerra sin fin. . .de Dios, Suelo y Progreso.



sábado, 10 de diciembre de 2011

Sylvia Rexach

Sylvia Rexach nació en Santurce el 22 de enero de 1921. Cursó estudios elementales en escuelas públicas y privadas de la Capital. Se graduó de la Escuela Superior Central, donde descubrió su vocación de poeta y músico. Compuso en esos años dos de sus más importantes trabajos "Di, corazón" y "Matiz de amor".
Estudió guitarra, piano, saxofón y otros instrumentos musicales. Sylvia Rexach ingresó a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, donde se matriculó en un curso pre legal. Al comenzar la Segunda Guerra mundial, abandonó sus estudios para unirse al Cuerpo Auxiliar Femenino del Ejército de los Estados Unidos (WAACS).
Sylvia plasmó su vida en sus canciones, y fue muy popular por la delicadeza de su expresión musical y su romanticismo. Sus éxitos, entre los que se encuentran "Alma adentro", "Idilio", "Olas y arenas", "Nave sin rumbo", "Di, corazón" y "Matiz de amor", le dieron renombre en Puerto Rico y en el extranjero.
Un desengaño amoroso le impulsó a una vida de bohemia que poco a poco fue consumiendo su salud. Víctima del alcoholismo y de un cáncer en el estómago, murió a los 39 años en su ciudad natal, el 20 de octubre de 1961. Dejó tras su muerte un legado de canciones y poesías adelantadas a su tiempo, pues trascienden su época.
Escuchar

*Biografía extraída de la página, www.prpop.org*

Alma adentro

Compositora: Sylvia Rexach
Cintas magnetofónicas: 3 de julio de 1958


Letra
Triste caravana de recuerdos
por mi mente ha pasado
rastros de nostalgia
que ha dejado un amor ya fracasado
ojos que te buscan  aun sabiendo
que no estarás a mi lado
ojos que suplican que un milagro
te devuelva a mis brazos.
Que difícil es entrar de lleno
a una vida sin encantos
donde ni mi pena puede ahogarse
en la inmensidad del llanto
y de noche mi corazón despacio
presentirá tu imagen
perdida en el espacio.
Y de noche mi corazón te nombra
al presentir tu imagen
vagando entre las sombras,
triste maldición.

Olas y arenas

Compositora: Sylvia Rexach
Cintas magnetofónicas: 3 de julio de 1958


Letra
Soy la arena,
que en la playa está tendida
envidiando otras arenas,
que le quedan cerca al mar;
eres tú la inmensa ola
que al venir casi me toca,
pero luego te devuelves
hacia atrás.
Las veces,
que te derramas sobre arena
humedecida
ya creyendo que esta vez
me tocarás,
al llegarme tan cerquita
pero luego te recoges
y te pierdes en la inmensidad del mar.
Soy la arena que la ola nunca toca
y que en la playa tendida
vive sola su penar.
Eres ola,
que te envuelves en la bruma
y te disuelves en la espuma
alejándoteme más. . .


Alejo Carpentier

Alejo Carpentier (La Habana, 1904 - París, 1980). Novelista, narrador y ensayista cubano con el que culmina la madurez de la narrativa insular del siglo XX, además de ser una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas por sus obras barrocas como El siglo de las luces.
Sobre su biografía existen varias lagunas y contradicciones dada la desigual información de la que se dispone. Según el propio autor, nació en La Habana, fruto del matrimonio de un arquitecto francés y una pianista rusa, y se formó en escuelas de Francia, Austria, Bélgica y Rusia. Tras su muerte, sin embargo, se empezó a documentar una muy distinta biografía que situó el nacimiento del autor en Suiza, procedente de una familia humilde que emigró a Cuba instalándose en el pueblo de Alquízar, donde el futuro escritor trabajó como repartidor de leche.
En su totalidad, la narrativa de Carpentier no se caracterizó por los análisis psicológicos, dada la vastedad de una propuesta que planteaba más bien la diversidad de lo real. No mostró por tanto con excesivo detalle los aspectos de la vida individual, más allá de arquetipos como el Libertador, el Opresor o la Víctima. Su propósito central fue acaso cambiar la perspectiva del lector, trasladarlo hasta un universo más amplio, un cosmos donde la tragedia personal queda adormecida dentro de un conjunto que, aun siendo sencillo, es mucho más vasto y profundo.
Leer


*Biografía extraída de www.biografiasyvidas.com

El siglo de las luces (Primer capítulo)

Autor: Alejo Carpentier

El siglo de las luces
*Fragmento del libro. Primer capítulo.

I
Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem —y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada...— y sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma  y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las bordas. Envuelto en sus improvisados lutos que olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa rocalla de balcones, arcadas, cimborrios, belvederes y galerías de persianas —siempre erizada de andamios, maderas aspadas, horcas y cucañas de albañilería, desde que la fiera de la construcción se había apoderado de sus habitantes enriquecidos  por la última guerra de Europa. Era una población eternamente entregada al aire que la penetraba, sedienta de brisas y terrales, abierta de postigos, de celosías, de batientes, de regazos,  al primer aliento fresco que pasara. Sonaban entonces las arañas y girándulas, las lámparas de flecos, las cortinas de abalorios, las veletas alborotosas, pregonando el suceso. Quedaban en suspenso los abanicos de penca, de seda china, de papel pintado. Pero al cabo del fugaz alivio, volvían las gentes a su tarea de remover un aire inerte, nuevamente detenido entre las altísimas paredes de los aposentos. Aquí la luz se agrumaba en calores, desde el rápido amanecer que la introducía en los dormitorios más resguardados, calando cortinas y mosquiteros; y más ahora, en estación de lluvias, luego del chaparrón brutal de mediodía —verdadera descarga de agua, acompañada de truenos y centellas— que pronto vaciaba sus nubes dejando las calles anegadas y húmedas en el bochorno recobrado. Bien podían presumir los palacios de tener columnas señeras y blasones tallados en la piedra; en estos meses se alzaban sobre un barro que les pegaba al cuerpo como un mal sin remedio. Pasaba un carruaje y eran salpicaduras en mazo, disparadas a portones y enrejados, por los charcos que se ahondaban en todas partes, socavando las aceras, derramándose unos en otros, con un renuevo de pestilencias. Aunque se adornaran de mármoles preciosos y finos alfarjes de rosáceas y mosaicos —de rejas diluidas en volutas tan ajenas al barrote que eran como claras vegetaciones de hierro prendidas de las ventanas— no se libraban las mansiones señoriales de un limo de marismas antiguas que les brotaba del suelo apenas empezaban los tejados a gotear... Carlos pensaba que muchos asistentes al velorio habrían tenido que cruzar las esquinas caminando sobre tablas atravesadas en el fango, o saltando sobre piedras grandes, para no dejar encajado el calzado en las profundidades de la huella. Los forasteros alababan el color y el gracejo de la población, luego de pasar tres días en sus bailes, fondas y garitos, donde tantas orquestas alborotaban las tripulaciones rumbosas, prendiendo fuego al caderamen de las hembras; pero quienes la padecían a todo lo largo del año sabían de sus polvos y lodos, y también del salitre que verdecía las aldabas, mordía el hierro, hacía sudar la plata, sacaba hongos de los grabados antiguos, empañando perennemente el cristal de dibujos y aguafuertes, cuyas figuras, ya onduladas por la humedad, se veían como a través de un vidrio aneblado por el cierzo. Allá en el muelle de San  Francisco acababa de atracar una nave norteamericana, cuyo nombre deletreaba Carlos maquinalmente: The Arrow...  Y proseguía el Albacea en la pintura del funeral, que había sido magnífico ciertamente, en todo digno de un varón de tales virtudes —con tantos sacristanes y acólitos, tanto paño de pompa mayor, tanta solemnidad; y aquellos empleados del almacén, que habían llorado discretamente, virilmente, como cuadra a hombres, desde los Salmos de la Vigilia hasta el Momento de Difuntos...—, pero el  hijo permanecía ausente, metido en su disgusto y su fatiga, después de cabalgar desde el alba, de caminos reales a atajos de nunca acabar. Apenas llegado a la hacienda donde la soledad le daba una ilusión de independencia —allí podía tocar sus sonatas hasta el amanecer, a la luz de una vela, sin molestar a nadie— lo había alcanzado la noticia, obligándole a regresar a matacaballos, aunque no lo bastante pronto para seguir el entierro. («No quisiera entrar en detalles penosos —dice el otro—. Pero ya no podía esperarse más. Sólo yo y su santa hermana velábamos ya tan cerca del ataúd...») Y pensaba en el duelo; en ese duelo que, durante un año, condenaría la flauta nueva, traída de donde se hacían las mejores, a permanecer en su estuche forrado de hule negro, por tener que conformarse, ante la gente, con la tonta idea de que no pudiera sonar música  alguna donde hubiese dolor. La muerte del padre iba a privarlo de cuanto amaba, torciendo sus propósitos, sacándolo de sus sueños. Quedaría condenado a la administración del negocio, él que nada entendía de números, vestido de negro tras de un escritorio manchado de tinta, rodeado de tenedores de libros y empleados tristes que ya no tenían nada que decirse por conocerse demasiado. Y se acongojaba de su destino, haciendo la promesa de escapar un día próximo, sin despedidas ni reparos, a bordo  de cualquier nave propicia a la evasión, cuando la barca arrimó a un pilotaje donde  esperaba Remigio, cariacontecido con una escarapela de luto prendida en el ala del  sombrero. Apenas el coche enfiló la primera calle, arrojando lodo a diestro y siniestro, quedaron atrás los olores marítimos, barridos por el respiro de vastas casonas repletas de cueros, salazones, panes de cera y azúcares prietas, con las cebollas de largo tiempo almacenadas, que retoñaban en sus rincones oscuros, junto al café verde y al cacao  derramado por las balanzas. Un ruido de cencerros llenó la tarde acompañando la acostumbrada migración de vacas ordeñadas hacia los potreros de extramuros. Todo olía fuertemente en esa hora próxima a un crepúsculo que pronto incendiaría el cielo durante unos minutos, antes de disolverse en una noche repentina: la leña mal prendida y la boñiga pisoteada, la lona mojada de los toldos, el cuero de las talabarterías y el alpiste de las jaulas de canarios colgadas de las ventanas.  A arcilla olían los tejados húmedos; a musgos viejos los paredones todavía mojados; a aceite muy hervido las frituras y torrejas de los puestos esquineros; a fogata en Isla de Especias, los tostadores de  café con el humo pardo, que a resoplidos, arrojaban hacia las cornisas de clásico empaque, donde demoraba entre pretil y pretil, antes de disolverse, como una niebla caliente, en torno a algún santo de campanario.  Pero el tasajo, sin equívoco  posible, olía a tasajo; tasajo omnipresente, guardado en todos los sótanos y transfondos, cuya acritud reinaba en la ciudad, invadiendo los palacios, impregnando las cortinas, desafiando el incienso de las iglesias, metido en las funciones de ópera. El tasajo, el barro y las moscas eran la maldición de aquel emporio, visitado por todos los barcos del mundo, pero donde sólo las estatuas —pensaba Carlos— paradas en sus zócalos mancillados de tierra colorada, podían estar a gusto. Como antídoto de tanta cecina presente, desembocaba de pronto, por el respiradero de una calleja sin salida, el noble aroma del tabaco amontonado en galpones, amarrado, apretado, lastimado por los nudos que ceñían los tercios de fibra de palmera —aún con tiernos verdores en el espesor de las hojas; con ojos de un dorado claro en la capa mullida—, todavía viviente y vegetal en medio del tasajo que lo encuadraba y dividía.  Aspirando un olor que por fin le era grato y alternaba con los humos de un nuevo tostadero de café hallado en la vuelta de una capilla. Carlos pensaba, acongojado, en la vida rutinaria que ahora le esperaba, enmudecida su música, condenado a vivir en aquella urbe ultramarina, ínsula dentro de una ínsula, con barreras de océano cerradas sobre toda aventura posible; sería como verse amortajado de antemano en el hedor del tasajo, de la cebolla y de la salmuera, víctima de un padre a quien reprochaba —y era monstruoso hacerlo— el delito de haber tenido una muerte prematura. El adolescente padecía como nunca, en aquel momento, la sensación de encierro que produce vivir en una isla; estar en una tierra sin caminos hacia otras tierras a donde se pudiera llegar rodando, cabalgando, caminando, pasando fronteras, durmiendo en albergues de un día, en un vagar sin más norte que el antojo, la fascinación ejercida por una montaña pronto desdeñada por la visión de otra montaña —acaso el cuerpo de una actriz, conocida en una ciudad ayer ignorada, a la que se sigue durante meses, de un escenario a otro, compartiendo la vida azarosa de los cómicos»... Después de escorarse para doblar la esquina amparada por una cruz verdecida de  salitre, el coche paró frente al portón claveteado, de cuya aldaba colgaba un lazo negro. El zaguán, el vestíbulo, el patio, estaban alfombrados de jazmines, nardos, claveles blancos y siemprevivas, caídos de coronas y ramos. En el Gran Salón, ojerosa, desfigurada —envuelta en ropas de luto que, por ser de talla mayor que la suya, la tenían como presa entre tapas de cartón— esperaba Sofía, rodeada de monjas clarisas que trasegaban frascos de agua de melisa, esencias de azahar, sales o infusiones, en un repentino alardear de afanosas ante los recién llegados. En coro se alzaron voces que recomendaban valor, conformidad, resignación a quienes permanecían acá abajo, mientras otros conocían ya la Gloria que ni defrauda ni cesa. «Ahora seré vuestro padre», lloriqueaba el Albacea desde el rincón de los retratos de familia. Dieron las siete en el campanario del Espíritu Santo. Sofía hizo un gesto de despedida que los demás entendieron, retrocediendo hacia el vestíbulo en condolido mutis. «Si necesitan de algo...»,  dijo don Cosme. «Si  necesitan de algo...», corearon las monjas... La gran puerta quedó cerrada por todos sus cerrojos. Cruzando el patio donde, en medio de las malangas, tal columnas ajenas al resto de la arquitectura, se erguían los troncos de dos palmas cuyos  penachos se confundían en la incipiente noche, Carlos y Sofía fueron hasta el cuarto contiguo a las caballerizas, acaso el más húmedo y oscuro de la casa:  el único, sin embargo, donde Esteban lograba dormir, a veces, una noche entera sin padecer sus crisis. Pero ahora estaba asido —colgado— de los más altos barrotes de la ventana, espigado por el esfuerzo, crucificado de bruces, desnudo el torso, con todo el costillar marcado en relieves, sin más ropa que un chal enrollado en la cintura. Su pecho exhalaba un silbido sordo, extrañamente afinado en dos notas simultáneas, que a veces moría en una queja. Las manos buscaban en la reja un hierro más alto del que prenderse, como si  el cuerpo hubiese querido estirarse en su delgadez surcada por venas moradas. Sofía, impotente ante un mal que desafiaba las pócimas y sinapismos, pasó un paño mojado en agua fresca por la frente y las mejillas del enfermo. Pronto sus dedos soltaron el hierro, resbalando a lo largo de los barrotes, y, llevado en un descendimiento de cruz por los hermanos, Esteban se desplomó en una butaca de mimbre, mirando con ojos dilatados, de retinas negras, ausentes a pesar de su fijeza. Sus uñas estaban azules; su cuello  desaparecía entre hombros tan alzados que casi se le cerraban sobre los oídos. Con las rodillas apartadas en lo posible, los codos llevados adelante, parecía, en la cerosa textura de su anatomía, un asceta de pintura primitiva, entregado a alguna monstruosa mortificación de su carne. «Fue el maldito incienso», dijo Sofía, olfateando las ropas negras que Esteban había dejado en una silla:
«Cuando vi que empezaba a ahogarse en la  iglesia...» Pero calló, al recordar que el incienso cuyo humo no podía soportar el enfermo había sido quemado en los solemnes funerales de quien fuera calificado de padre amantísimo, espejo de bondad, varón ejemplar, en la oración fúnebre pronunciada por el Párroco Mayor. Esteban, ahora, había echado los brazos por encima de una sábana enrollada a modo de soga, entre dos argollas fijas en las paredes. La tristeza de su vencimiento se hacía más cruel en medio de las cosas con que Sofía, desde la niñez, había tratado de distraerlo en sus crisis: la pastorcilla montada en caja de música; la orquesta de monos, cuya cuerda estaba rota; el globo con aeronautas, que colgaba del techo y podía subirse o bajarse por medio de un cordel; el reloj que ponía una rana a bailar en un estrado de bronce, y el teatro de títeres, con su decorado de puerto mediterráneo, cuyos turcos, gendarmes, camareras y barbones yacían revueltos en el escenario —éste con la cabeza trastocada, el otro rapado de peluca por las cucarachas, aquél sin brazos; el matachín vomitando arena de comején por los ojos y las narices. «No volveré al convento —dijo Sofía, abriendo el regazo para descansar la cabeza de Esteban, que se había dejado caer en el suelo, blandamente, buscando el seguro frescor de las losas—. Aquí es donde debo estar.»


Para continuar leyendo El siglo de las luces visita la página: www.iesmigueldecervantes.com

Pastor de Moya

Pastor De Moya nació en la ciudad de La Vega, República Dominicana en 1965. Es escritor, artista multidisciplinario, horticultor y gallero.  Ha recibido importantes premios, tanto en su país como en el extranjero: Premio Internacional de Cuentos Casa de Teatro (1993, 1996 y 2000), Premio al libro más hermoso del año (1996. Asociación de Libreros), Premio Anual de Cuento (2003. Secretaría de Estado de Educación y Secretaría de Estado de Cultura), Premio Especial del Jurado (2do. Festival Latinoamericano de Cine y Video de Buenos Aires, 2004), Premio Internacional de Arte Miniaturas en Portada (2006. Revista Artes), entre otros.
Tiene publicado los libros: El Humo de los Espejos (Colección Egro de Poesía, 1985), Alfabeto de la Noche (Ediciones a Mano, 1996), Buffet para Caníbales (Editorial Isla Negra, 2002), Altares y Profanaciones (Ediciones a Mano y Editorial Contextualista, 2006) y Jardines de la Lengua (Editorial Isla Negra, 2009).
Leer


*Biografía extraída de www.pastordemoya.com

Las niñas que comían cerezas para espantar la muerte

Autor: Pastor de Moya

Las niñas que comían cerezas para espantar la muerte
*Fragmento del libro Buffet para Caníbales (Editorial Isla Negra, 2002)*
        
“Sepulto a los muertos en mi vientre”
─Arthur Rimbaud

Querido Mario:
De seguro ya te habrás enterado por los diarios de lo sucedido en casa. A veces, hay acontecimientos tan extraños. Yo no dejo de preguntarme por qué debe pasarme esto a mí. Ayer vinieron unos hombres y revisaron todo, dejaron mi habitación hecha un pulguero. Buscaban por todos lados y leían cada papel escrito, hasta los de la basura. Luego me enteré por los periódicos lo que buscaba: la carta que había dejado mi sobrina mayor. La hallaron debajo del colchón, fresquecita todavía, con un olor a sumo de cerezas y a tintan de lapicero Paper Mate como una lechuga recién cortada y muy llovida. Han pasado 10 días de esta increíble tragedia y aún estoy nerviosa, asustada. Quizás sea esto lo que me haya retrasado la menstruación, tú también sabes que mi ciclo es normal. No quisiera pensar en esto ahora. Este tormento acelera mi sangre, siento peces o pirañas que naden veloces y en bandadas por mis venas, y lo peor es que no los puedo detener. Mis piernas tiemblan. Quisiera que las leas la carta, te la he fotocopiado; así podrás comprender mejor lo que le digo... “La llegada de Aslyn mi amiga más buena e íntima fue un viernes 28 de noviembre del 1998, una tarde faltando 10 minutos para las 2:00 fue una experiencia y sorpresa inolvidable porque nunca me había pasado algo igual era una etapa nueva que tenía que superar, esperé que mi tía llegará de la Universidad porque no tenía a nadie en quien confiar, la única en que yo confiaba era en ella, porque yo sabía que ella no me iba a defraudar como las demás personas que estaban a mi alrededor, hasta que un martes 25 de enero del 1999 se lo confié a mi hermana de 13 años que era que merecía saberlo, hasta que ella le llegó su amiga Yarcisy el 28 de enero de 1999 y se lo confesó a nuestro padre lo que le llegó y lo que me llegó a mí y nadie más sabe nada de esto” Periódico: El Nuevo Diario 12 de Marzo de 1999 Se me olvidaba decirte que tuve que ir al lugar donde las encontraron. No quería ir, pero me lo exigieron las autoridades. Yo era quien debía identificarlas, pues conmigo era que vivían. Yo las vi crecer. Nunca llegué a imaginarme que los cuerpos de dos angelitos pudieran heder tanto. La verdad es que nosotros los seres humanos somos nada: puros vanidosos y acumuladores de cosa fútiles. Inutilidades. Inutilidades.


Mario, hay cuerpos que cuando uno los mira parecen muy estáticos. Promontorios azules como dos pompas de jabón que quieren estallar. Ahí estaban las niñas, tiradas en el fétido paisaje. Me ardían los ojos. Ellas eran parte de la misma tierra. En ese lugar, también, habían ríos, pero muertos o secos. Sus vientres estaban sembrados de árboles, con sus ojitos llenos de peces. Los peces eran blancos, con una escama brillante y espumosa. El ambiente hedía más que ellas. Te lo juro. {Yo lo olía y lo sentía}. Podrido no solamente estaban los cuerpos de las niñas. De las bocas de los hombres, que me acompañaban, brotaban palabras impotentes y manidas. Las mocas, al igual que yo, se enloquecieron: zumbaban y volaban en infinitos círculos de sombras. Por momentos se detenían en el aire, como queriendo congelarse. Luego, no se movían. Si por lo menos tú no estuvieras tan lejos. Sé que me darías una mano en estos instantes. Tal vez yo tenga la culpa de que tu no estés aquí. Quizás no debí ser tan egoísta. Ahora es que comprendo que debí manejar lo de los dos. Pero cuando una tiene cierta posición, cierto status social… y la gente diciendo por ahí que tú eras un vago, un pintorcito… cuando una tiene todavía fuerzas en la matriz, una se cree que puede zarandear el mundo. Y no es así, en estas horas es que me doy cuenta de lo duro que es estar sola. Me siento vencida, oxidada. No es que me arrepienta de haberme quedado con las niñas después que aconteció la muerte de mi hermana.  Pero es que ese día en el hospital… todo el mundo llorando y yo mirando aquel pedacito de carne, en la sala de recién nacidos, tan blanco y frío como un cubito de hielo; sentí que no podía desampararla. Que era obligación mía quedarme también con esta. Tú bien sabes que mi hermana tenía una vida muy desordenada y yo ya me había hecho cargo de la mayor, de Rosmery. ¿Te recuerdas? Pero cuando nació Ariadna ya tú te habías marchado, a esta sí que no la conociste. Ariadna nació igual que la otra: albina. Los médicos dijeron que era un error en la sangre. Yo no me explico porqué mi hermana siempre andaba saliendo con hombres de color. O mejor dicho con cualquiera, aunque le gustaban los negros. ¡Qué Dios la haya perdonado! Te imaginas, estas niñas tuvieron que crecer con todo blanco, hasta los pelitos de sus pubis eran blancos. Debe ser monótono y horizontal eso, pasarse una vida entera con tanto pelo blanco sobre una piel tan blanca. Rosmery y Ariadna no eran como las otras niñas que le gusta vestirse con ropas nuevas para asistir a alguna fiestecita de adolescentes; por el contrario, se bañaban y perfumaban {hasta se maquillaban} como si fueran para un espectáculo de circo o algún baile y se sentaban en un banco que había debajo de unos cerezos al fondo del patio. Disfrutaban tanto que las veía sonreír por largo rato sin cerrar los labios. Se habían acostumbrado a esos árboles, podría decirse que eran parte de ellos, como sus ramas o sus flores. Jugaban a celebrarles cumpleaños y les hacían regalos.

Para leer más del autor, visita la página: http://www.pastordemoya.com/

Más allá de la línea

Autor: Pastor de Moya

Más allá de la línea
*Fragmento del libro Buffet para Caníbales (Editorial Isla Negra, 2002)*

Aferrado como un mono a la angosta y oxidada reja que servía de puerta al pabellón #3: {el de “Los Alemanes”} advertí, una clara mañana, que el Pinty había trazado una recta raya de tiza en uno de los pasillos del penal. Amenazó y apostó que quien la cruzara por debajo, de un solo tirón y sin rozarla, conseguiría su inmediata libertad. Todos nos miramos asombrados, convencidos de que se había vuelto loco. Debía ser domingo. Lo intuí porque algunos presos comenzaban a prepararse para lucir su mejor ropa. Esto era para mí como asistir a un ritual o disfrazarse para una fiesta de carnaval que solamente duraría dos horas. Otro día más en que los familiares y amigos nos prometerían que pronto saldríamos para la calle. Pensé {quise pensar} que todos los domingos en el mundo son iguales, menos en este lugar. Hace mucho calor, a pesar de agosto ser tan blanco. Las gotas de sudor caen redondas sobre el suelo. Las visitas han empezado a entrar. Hoy están entrando primero la mujeres y los niños ¿Por qué será que a las cárceles asisten más mujeres que hombres? Será porque son iguales: hembras. ¡Ay de mí, que las he habitado a ambas!  Esta tarde están registrando a nuestras madres y esposas hasta los pelos, una por una, incluso a las privilegiadas, a las que poseen pases del Director y del Alcaide.  El problema no es la droga, si no donde la encontraron. A sabiendas de que le están restando mercado a los llaveros. ¡Ahora sí, estos guardias se están poniendo un poco chivos! Han puesto espejos en el techo, en las paredes y en el piso de la oficina, para verle por ahí hasta el olvido. Y más aún, han traído perros que son capaces de olerle, incluso, la existencia. Me imagino a la Sargento del G-2, con esos dedos puntiagudos y grotescos, hurgando violentamente cada hueco. Estarán haciendo de las suyas. Deben ser sus días más felices en el recinto. Hay radios encendidos por todas partes. Se escucha, sobre todo, bachata o algún bolero de Julio Iglesias. Sí, boleros de  Julio, que los pone un Guachimán que asesinó a su novia. Siempre los pone a esta hora; no sé si para recordarla o para burlarse de su memoria. Se está nublando. La tarde se ha tornado plomiza.

El Pinty no esperaba a nadie. Quién podría visitar a un ser tan extraño, que violó a su hijo de 3 años, a su mujer y al padre de ésta, al mismo tiempo. Y que luego los quemó vivos a todos, todavía gimientes y sangrantes. Creo que nadie se atrevería a venir a ver a semejante bestia rucia. Este permanecía frente a la delgada línea de tiza, observándola, estático como un niño emocionado que juega a la rayuela; ajeno al trajinar de los otros reclusos y visitantes que, apiñados y presurosos, se desesperaban por entrar a los callejones de sus parientes. Ese día mi amante y yo no pudimos hacernos el amor. Ella estaba excitada con lo de la Sargento, se veía muy nerviosa, estaba seca. Nos sentamos en un banco que yo alquilaba todas las tardes de visita. Le hablaba de mis deudas en el penal, de cómo iba marchando mi proceso. Le preguntaba que si soñaba conmigo en esas noches de calor, que si dormía desnuda y acariciándose para pensar en mí y esperar feliz el alba. Ella tenía las manos frías, las tomé junto a las mías y comencé a hablarle de las pretensiones del Pinty. Se quedó ensimismada, mirando fijamente hacia el pasillo, parecía no entender lo que le hablaba. -“Que cruce el que quiera. Que cruce como quiera y como pueda” – gritaba el Pinty, a todo pulmón.  Estaba desesperado, provocante. No soportaba más esos trozos podridos de realidad que tanto le dolían. {Hay gentes que no tienen valor para el suicidio, pero buscan la muerte}. Nadie le hizo caso. Él mismo decidió realizar la insólita hazaña: se subió en uno de los muros del pasillo y se avasalló con fuerza hacia la línea. El suelo estaba duro y resbaloso. Un rojo charco de sangre ensució la raya de tiza y a las visitas. Le echamos agua fría pero no reaccionó. Esperamos un buen rato hasta que vinieron unos guardias y lo sacaron. Lo vimos, por fin, cruzar más allá de los barrotes. Pasaron varios días y no trajeron al Pinty.

Para leer más del autor, visita la página http://www.pastordemoya.com/

jueves, 1 de diciembre de 2011

Cosmos Burlesco: primer libro de Miguel Pruné

Autor: Miguel Pruné
*Cuentos*




El libro Cosmos Burlesco {Sobre el Apocalipsis & los Protocolos del Caos} es una suma de cuentos cuyas narrativas investigan diferentes parajes y percepciones de un cosmos en común. Estos 24 cuentos gravitan entre elementos de diversos estilos/formas de narrar, como el relato fantástico, noir detectivesco, realismo mágico, steam punk, cyber punk, ficción rara, fantasía, (con)ciencia ficción(al) y lo que se podría designar como rum politiks.
En estos relatos encontrarás un universo poblado por especies sapientes bio-espaciales que emergen del funcionamiento de los mundos y sus ciudades repletas de conflictos (in)visibles que entrelazan a la población como enjambres colmados de antagonismos.  Los relatos calcan ciertos mecanismos de la cognición sapiente a través de un surtido de bio-esferas y ciudadelas orbitales: el tecnocrático e higiénico territorio de  B.O.R.U City, la cotidiana y tradicional polis de Amapolas, la pragmática y pomposa metrópoli de Le Papillon así como la culeca y sofisticada región de Llorqchaiyer; cada una con sus propios contextos geo-políticos, socio-económicos y psico-espirituales. Cosmos Burlesco ilustra un mundo caótico, infinito cuando no borroso para la mente sapiente: un orden ideológico enigmático.
Leer 

Miguel Pruné


Miguel Pruné (Santurce, 1984). Estudió Ciencias Políticas y Psicología en la Universidad de Puerto Rico.  Escribe cuentos y poesía bajo La Generación del Atardecer Presenta, en el blog, FrecuenciasAlternas.com.  Ha publicado en las revistas Hotel Abismo (Volumen 5), Tonguas (2009), Bacanal (2009) y Crudo (2010).  Ha publicado ensayos críticos y artículos periodísticos para el Periódico el Rehén y la Revista Lengua (#5).  El autor escribe textos críticos y de ficción en el blog Chocarreras.blogspot.com.  La colección de cuentos Cosmos Burlesco es su primera obra literaria.

El esqueleto presenta

(Río Piedras: Editorial Bacanal, 2009)
Autor: Daniel Pommers
El esqueleto presenta es un libro de poesía, cuentos y crónicas acerca de situaciones, lugares y experiencias que a veces pasan por desapercibidas en la matriz cultural (des)encantadora de la sociedad puertorriqueña y del más allá.

Breve nota por Juan Duchesne Winter
Esta colección de textos que oscilan entre el poema en verso libre, el poema en prosa, la parábola y el relato breve, inscriben el Caribe urbano. Más que poesía “calle” es poesía ciudad, a punto de estrellarse contra el pavimento pero siempre en vuelo ininterrumpido, tan rasero como elevado, nunca rastrero. Fragmentos del discurso cotidiano, massmediático, hablas boricuas, caribes y latinoamericanas. Un ambiente super-real, pero también un toque de fantaciencia de los pecadores de los “’últimos días” de la especie. Escritura original, con algo que decir, disparada desde de los antros riopedrenses por un humano alienígena que también ha atravesado velozmente otros parajes globales y galácticos.
[JDW]

Daniel Pommers

Daniel Pommers (Ceiba, 1985) estudió Sociología en la Universidad de Puerto Rico y es estudiante de tesis de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón. Es autor del libro El esqueleto presenta (Bacanal, 2009); ha publicado cuentos, poemas, crónicas y ensayos en varias revistas y periódicos nacionales como, Bacanal, La Polis, Hotel Abismo, Periódico El Rehén, TeknoKultura y Letras Salvajes. En la actualidad forma parte de la editorial puertorriqueña GatoMalo Editores y de La Generación del Atardecer Presenta.

Galería Caribe


Saludos,
Aquí encontrarás una colección de mariposas y de fotografías pertenecientes a pasados eventos así como de los eventos pendientes.
Si deseas colaborar, por favor, envíanos tu(s) documento(s) con la debida información (fecha/evento/lugar) a la siguiente dirección con el encabezado, GALERIA CARIBE/COLABO:
GatoMalo Editores.



Archivo de Mariposas


[Noche de lectura] Río PiedrasCafé 103

[1era Presentación El esqueleto presentaRío PiedrasCafé 103

[Expo: Bacon] Río PiedrasCafé 103

[Le papillon Extravaganza] Santurce─El Local

[Le papillon: Deluxe] Santurce─El Local

[3era Convención del Caribe Libre] Río PiedrasCafé 103

[Don Sentido Común] Viejo San Juan─Nuestro Zon

[Le papillon Extravaganza] Santurce─El Local

[2nda Presentación El esqueleto presenta] Plaza Las Américas

[Música & Lectura] Río PiedrasCafé 103

[La MariposaRío PiedrasCafé 103

Galería

[Alameda del Cobre]


[Baez Rivera]

[Daniel Pommers]


[El esqueleto presenta @ Café 103]
[Heberto Morales]

[Medula Oblongatta]

[Miguel Pruné]






[Niños Estelares]




[Le Papillon @ El Local en Santurce]



[Recluso 666]