jueves, 7 de junio de 2012

Fragmento de la novela Papi - Rita Indiana Hernandez


Autora: Rita Indiana Hernández

Fragmento de la novela Papi
*Fragmento de la novela Papi (Ediciones Vértigo, 2005)*

PAPI

Papi tiene más de to que el tuyo, más fuerza que el tuyo, más pelo, más músculo, más dinero y más novias que el tuyo. Papi tiene más carros que el tuyo, más carros que el diablo, tantos carros que tiene que venderlos porque no le caben en su propia marquesina. Papi tiene carros que hablan y te dicen que te pongas el cinturón y que cierres la boca, en inglés, francés y otros idiomas. Papi los maneja, uno diferente cada día, porque son tantos que tiene que repartírselos, uno por la mañana, uno por la tarde y otro por la noche, es decir cada cuatro horas. A veces uno incluso para el almuerzo. Uno para irme a buscar al colegio, uno para ir a mi primera comunión, uno para visitarme los domingos, uno para ir a visitar a su mamá y otro para sus hermanas, un jaguar para el día de los padres, un camaro para el día de los enamorados, un be eme doble u para las inauguraciones, un ferrari para llevarme a comer helados. Un carro que usa cuando va a traerle a mami mi mensualidad, uno para cuando viene a decirle a mami que quiere volver con ella y otro (por lo general un Mercedes baby descapotable) cuando viene a decirnos que vuelve a casarse con otra y que nos invita a la boda y deja los muebles de mami impregnados con su perfume que es muy fuerte, más fuerte y más caro y más bueno que el perfume que usa el tuyo, si es que acaso tu papá ha visto alguna vez uno.

A mami le da dolor de cabeza.

Papi tiene carros con los vidrios negros, por donde no pasa ni una lucecita, y que además tienen cortinitas negras para que no pase ni una lucecita. Carros que te dicen quién fue que dejó la puerta abierta o quién se está comiendo los mocos, carros largos y gordos, carros a los que se les abren las puertas levantándolas hacia arriba, que hacen que la gente se aglomere alrededor cuando todavía no nos hemos desmontado, que hacen que un montón de niños y jóvenes y viejos casi todos negros y descalzos vengan corriendo a tocarnos porque creen que es una nave en la que aterrizamos papi y yo, casi siempre frente a una cervecería o a un car wash en el Malecón, y vienen a tocarnos a nosotros y al carro y le preguntan a papi por el carro, por mí y por el carro y papi les responde sin mirarlos, como si no fuera importante, como si los carros volaran desde siempre, como si papi y yo estuviésemos aterrizando en un carro que parece una nave frente a todas las cervecerías del Malecón todas las tardes, y es verdad.

Y papi se desmonta y deja el carro abierto para que los niños, los jóvenes y los ancianos (casi todos negros y flacos y descalzos) puedan subirse y activar el limpiavidrios y las luces y abrir las puertas que se abren hacia arriba como alas de gaviota, como en una nave. Y, a veces, papi hasta les da la llave para que lo enciendan y salgan volando, pero son tan brutos que hacen tres piruetas y luego se estrellan en el mar o en los arrecifes del Malecón o se quedan enredados en el tendido eléctrico como zapatos muertos.

A papi ni le importa. Ni que se maten, ni que le dejen los carros empalados encima de un cocotero, como tiene tantos. Papi lo que hace es que inmediatamente saca una foto del accidente con una polaroid y se la regala a los niños, jóvenes y viejos que han sobrevivido, que en cuanto damos la espalda se entran a trompadas por la foto.

Mi papi tiene tanta ropa y tiene tantos closets para guardarla que a veces cuando quiere ponerse una camisa tiene que comprarla de nuevo porque se olvida en cual closet es que está. Y tantos poloshirts con el hombrecito jugando polo en el pecho que tiene como quince closets para guardar los poloshirts, uno para cada día de su vida, si él quiere. Y estos poloshirts aunque los laven tienen el perfume de papi todo el tiempo, y aunque los laven se les queda, y aunque papi los mande a lavar no se les quita, y cuando papi quiere cambiar de perfume tiene que cambiar toda su ropa y comprarse toda esa ropa de nuevo y comenzar por el principio.

Mi papi tiene más carros que el diablo. Mi papi tiene tantos carros, tantos pianos, tantos botes, metralletas, botas, chaquetas, chamarras, helipuertos, mi papi tiene tantas botas, tiene más botas, mi papi tiene tantas novias, mi papi tiene tantas botas, de vaquero con águilas y serpientes dibujadas en la piel, botas de cuero, de hule, botas negras, marrones, rojas, blancas, color caramelo, color vino, verde olivo, azules como el azul de la bandera. Botas feas también. Botas para jugar polo y para cortar la grama. Botas de hacer motocross, mi papi tiene motores, motonetas, motores ninja, animales domésticos, four wheels y velocípedos. Papi tiene el pelo rizado, negro y rizado, porque cuando era marinero y tenía uniformes, blancos, kakis, botas, una escopeta de palo, una escopeta de mentira para hacerse fotos, mi papi tenía el pelo muy corto, porque en la Marina de Guerra se lo cortaban a caco, con una navaja eléctrica que hacía zum zum y le quitó lo que le quedaba de rubio en la cabeza, porque es que papi cuando era niño era muy rubio, con el pelo casi blanco, casi albino, y muy lacio y muy largo porque se atoro un día con un pedazo de plátano y su mamá le prometió a la Virgen de la Altagracia, mientras papi se iba poniendo como una aceituna negra, que le iba a dejar crecer el pelo a papi si se lo salvaba del plátano y por eso en todas las fotos papi tenía su pelo muy rubio, muy lacio y muy largo y le hacían muchas fotos en las que casi nunca se le veía la cara solo el pelo muy largo y en las que sí se le veía la cara parecía una niña con una trenza muy larga y muy blanca que le llegaba hasta la cintura más o menos.

Pero ahora lo tiene negro y tupido y corto, un mini afro. Papi tiene amigos que lo peinan y que vienen a peinarlo, con blowers y un cepillito redondo, cilíndrico, que suena cras cras en el pelo de papi, que es muy negro y muy rizado. Los amigos de papi, los que lo peinan y lo afeitan y le cortan las uñas y se las pintan con un brillito transparente, también me peinan a mí, me lavan la cabeza en el lavamanos, me lo secan con una toalla y me lo secan luego con un blower y un cepillo redondo, cilíndrico, más grande que el de papi, porque mi pelo todavía está medio rubio, y no tan lacio, ni tan largo, ni tan albino. Después nos echan gotitas mágicas en el pelo a los dos y nos dicen que somos muy bellos y muy iguales y yo me veo en el espejo con la melena casi rubia y es verdad que soy casi igualita a papi.

El blower también es de papi, y los cepillos, y el amiguito que viene a lavarnos el pelo y a peinarnos y a secarnos y a pintarnos las uñas de colores, a mí de rosado, que luego se me descascara y papi que también tiene removedor de esmalte en una gavetica y limas y piedras pomes y cremas hidratantes y aceite de cacao y aceite johnnson, me sienta en sus piernas y me saca el cuté rosado con un algodoncito y otro algodoncito que caen al piso y parece como si estuvieran sucios de sangre.

Papi pierde la cuenta de los jackets que tiene, de los que le regalan sus amigos dueños de discotecas, que mandan a hacer jackets, relojes y gorras con sus iniciales bordadas en oro para regalarlos en las inauguraciones y en las fiestas de fin de año a las que papi llega con una novia, un carro y un par de botas nuevas. Más nuevas que cualquier cosa que vayas a tener tú o tu papá, si es que acaso sabes lo que significa tener uno. Jackets con logos o sin ellos, azules, jackets como los de los peloteros, jackets fosforescentes, enormes, acolchados, jackets en los que me sofoco desde que me los pongo, pero yo me los pongo y no me importa, yo me los pongo todos en cuanto papi se va y me quedo sola con todos los closets de papi y me meto en todos sus walk-in closets y me pongo todos sus jackets y me quedan muy bien. Un poco grandes, pero eso está a la moda, pienso, y me pongo un jacket de papi y unas botas de papi y camino el pasillo entre el primer closet y el último con cada combinación, sonando las botas claca claca claca porque ese sonido a mí me gusta mucho y me siento como un vaquero, como en otro mundo.

Cuando papi me ve con los jackets, me dice que a él le da calor verme con ellos puestos y yo no entiendo. Que a él le da calor verme con ellos puestos. Yo me los dejo puestos y papi suda, suda, suda, suda, suda, suda muuucho. Se pone colorado, parece que va a reventar. Me dice que esos jackets son para el invierno. Y yo no entiendo. Que esos jackets son para el invierno. Yo me los dejo puestos y ahora también me he puesto unos RayBan de papi que son de oro, porque papi tiene más gafas que nadie, como ciento veinte. Papi está sentado viendo Rocky III y a Rocky le están partiendo la semilla y yo me estoy poniendo otro jacket más y papi se está volviendo agua. Ya se derrite completamente sobre el sofá, el control remoto flota sobre el charquito de su mano, también hay humo porque el sudor se evapora rápido, el control remoto cae en el piso, entonces yo comienzo a quitarme los jackets de papi, uno por uno muy rápido, porque no quiero quedarme sin papá, pero cuando me quito el último papi es ya una mancha de sudor en el sofá y sobre la cara de Rocky ruedan los créditos mientras él llama: Adrian!!!!! con la boca torcida.

Pero no es Rocky el que grita, me he confundido, es papi, que bebe tanto y se pone tan malo. Porque papi tiene muchas botellas de todo y se las bebe con sus amigos que también traen más botellas y juegan dominó con un dominó de oro que le regalaron a papi, probablemente otro dueño de discoteca. Y el ruido de las fichas del dominó de oro se confunde con la chocadera de vasos y botellas y hielo. Y la sirvienta, una de ellas, ve el precio de las botellas y le dice a papi que si es verdad que esa botella cuesta más que lo que ella gana. Y papi ahora vomita junto a la cama, vomita verde, verde, verde y luego amarillo amarillo y luego rosa y luego ya de un rojo muy oscuro. A mi no me gusta. Sinceramente. Papi vomita más que yo, que desde que me llega el olor me dan nauseas y corro a echarme berrón en la cabeza y en la nuca y a ponerme hielo en las axilas. Me estoy poniendo mala, me estoy poniendo mala.

Papi se está muriendo, yo me estoy muriendo, por suerte papi tiene una ambulancia, dos ambulancias con su chofer cada una que nos vienen a recoger para llevarnos al canódromo y allí estamos papi y yo en sillas de ruedas viendo cómo los perros persiguen una liebre de madera, con una enfermera-azafata que nos sostiene el suero y lo chequea y mueve la manivela para intensificar el riego. Mi papi y yo hemos apostado toda la tarde a que el perro colorado no gana, y el perro colorado gana siempre, es muy divertido. Luego, como papi tiene amigos en todas partes, nos dan un tour backstage, aquí están las perreras y aquí los baños en los que hay charquitos de sangre porque a veces los perritos se mueren después de la carrera y hay unas fundas de basura de donde sobresalen las patitas de los perritos muertos y luego el veterinario del canódromo me deja inyectar a un galgo que no tiene nalgas, sino un pellejo que une la pierna y la cadera y allí mismo pisss, le clavo la aguja que entra bien fácil en el galgo al que un negro vuelve a meter en su jaulita.

Ya nos vamos mejorando. Nos vuelve el color de la piel. Nos baja la fiebre. Papi hasta se afeita, lo que siempre le hace muy bien porque se afeita y se le quitan 20 años. Es casi un niño. Es tan pequeño que puedo llevarlo a caballito. Estamos de nuevo viendo Rocky III porque parece que este verano, junto con Dirty Dancing, es lo único que ponen. Y después Papi se duerme en el sofá y yo me hago la dormida, a veces abro un ojo para ver la escena, los dos muy juntos con los ojos cerrados, la luz de la televisión hace que papi se vea más lindo y subo el volumen de la tele a todo lo que da para que no se oigan los gritos de las novias de papi, para que las malditas no vayan a despertarlo, porque es que les ha cogido con reunirse en el parqueo y lo llaman y lo llaman y caminan en círculos con pancartas y fotos de papi, y me llaman a mí, y luego forman una torre humana enterrándose las agujas de los tacos en los hombros para llegar al último piso de la torre, que es donde estamos papi y yo.

Y aquí vienen flacas y altas, regordetas, nargúas, culúas, prietas y pelirrojas, ñatas, aguiluchas, tetónicas, sintéticas, con las teticas paradas, aerodinámicos los cabellos, maremóticas las pollinas, un tsunami frizado con laca y síndromes premenstruales. Aquí vienen con uñas postizas en las pestañas con ojos en las uñas con las agallas así (y cuando digo así, me pongo el índice de la mano derecha en el bíceps del brazo izquierdo extendido, o sea que las agallas deben medir más o menos su buen pie y medio) encaramadas en zancos y en agujas quirúrgicas, en rayos láser en vez de agujas. Tienen sus propias naves, motores y camionetas, que papi les ha comprado, y vienen todas juntas en bicicletas estacionarias a comerme viva, a meterme la cuchara hasta el fondo, para dejarme un arco tatuado en el paladar, un arco que significa que me han obligado a comer, que se preocupan por mi salud y mi bienestar, que son todas buenas madrastras, que papi ha sabido elegir, que yo debo quererlas y sufrirlas y entenderlas y chupar la leche que sale de sus tetas, teticas, tetazas y decirles mami, mamita, mamasota. Vienen como locas, chillando, pujando embarazos ficticios, pujando muñecos de peluche, pariendo bebés de latex que orinan si se les aprieta la barriguita.

Aquí vienen de nuevo limpiándose el pintalabios que traen embarrado en los dientes con servilletas de pizzería, con hisopos sucios, los hisopos con los que me han perforado el tímpano para limpiarme las orejitas y vienen con más hisopos a limpiarme lo que no me queda porque no se cansan de deshollinarme, de meterme hisopos y enemas por todas partes cuando papi no está, cuando papi sale huyendo en un carro que hay parqueado en el balcón y en el que papi sale volando cada vez que ellas aparecen, gritando, maldiciendo, jalándose las greñas que son tan duras tan duras que se les caen enteras de la cabeza como piezas de cerámica y se destrozan contra el piso de granito como si fueran de tierra.

Aquí llegan en patanas decoradas con banderas de plástico rojo, rojo y amarillo, amarillo y morado, banderolas y confetti y serpentinas rojas, en peinadoras con bocinas a 300,000 vatios, haciéndose campaña, dando golpes de barriga y de pechuga tan intensos que a veces se les brota una tripa o un ojo, furiosas, demoníacas, preciosas, horribles fulanas de tal. Me odian, me odian, me odian, me odian, porque tienen que quererme, porque tienen que quererme, porque tienen que quererme.

Nos están alcanzando, le digo a papi, que saca una pistola de debajo de su asiento y me la pasa diciendo “dispara”, bajando la cabeza al nivel del guía porque nos están disparando, nos están tirando piedras, granadas, pelucas de cerámica que explotan muy cerca de la carrocería de nuestro carro, que rueda haciendo cortes de pastelitos a 200 millas por hora en el malecón. Saco un brazo y hago fuego y hago fuego y hago fuego y se oyen los gritos de las novias de papi cayendo de sus carrozas, heridas de muerte, agarrándose un pecho. Y sigo haciendo fuego con las armas que papi no deja de pasarme sin mirarme y bajando la cabeza y manejando con las rodillas y con la otra mano bajándome a mí la cabeza para que no nos maten, para que las bazookas de las hijas de la gran puta pasen de largo.

Y las carrozas que están muy decoradas con estatuas de papier maché y papel crepé (ídolos taínos, carabelas de Colón, Marías Montezes) comienzan a coger candela y las arpías escupen para apagarla, pero la saliva de las arpías tiene un ph combustible que hace que las carrozas enteras cojan fuego y el fuego ya les llega a los pantihoses y yo sigo vaciándoles las pistolas de papi encima y tumbo putas a troche y moche, y la multitud, que a ambos lados de la avenida George Washington disfruta del desfile, se rompe las manos aplaudiendo cada vez que una puta se cae de la carroza hecha un colador, y yo saludo a la multitud y ellos me hacen ba bay con la manita mientras se le echan encima a las mujeres muertas para quedarse con los collares y las pulseras.

Papi como que comienza a levantar la cabeza y en vez de una M-16 me pasa una paleta, un lollypop azul que me tiñe la lengua de un azul casi negro, me veo en el espejito retrovisor y pienso, mientras nos vamos elevando (porque por fin tenemos suficiente espacio en la autopista para despegar) que quiero que papi me compre un Chow Chow, pero antes de que yo pueda decir Chow las novias de papi se han transfigurado, el ídolo taíno de papier maché de la carroza ya casi hecho cenizas las ha visto y ha olido su sangre y la sangre de las novias de papi ha clamado, y un viento salitroso levanta las cenizas del cemí taíno y cubre los cadáveres destartalados, y la multitud pavorosa corre y se rasga las ropas porque las muertitas ya se transforman, ya convulsionan, ya dan golpes de barriga tan intensos que dos alas les brotan rompiéndoles la carne, dos pencas alas de murciélago, de batichica, del mismísimo diablo y han salido volando proto-terodáctilas, dragoniles, hijas de su maldita mai, y papi y yo alcanzamos los 700,000 pies de altura, los 800,000 pies de altura cuando una de las moñúas aferra sus colmillos a los neumáticos. “Dispara, coño, dispara” dice papi, que se ha olvidado de pasarme un revólver, y me saco el lollypop de la boca y me salgo casi entera por la ventana del carro (todo a 700 u 800,000 pies de altura, pero papi me agarra por la correa para que no me vaya a caer) y le entierro el lollypop en un ojo a la infierna, que grita muy fuerte cayendo y arrastrando a todas las demás, una por una, hacia el fondo del mar, levantando una corona de espuma, muy blanca y muy linda, por lo menos desde aquí arriba.

*Fragmento de la novela Papi (Ediciones Vértigo, 2005)*

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